Siempre que comenzamos un nuevo año lectivo implica recibir una vez más a una legión de niños y jóvenes que concurren a nuestras aulas para aprender.
De acuerdo con la organización escolar y con nuestra función de Docentes de Educación Musical, debemos encontrarnos con ellos para enfatizar el desarrollo de la capacidad de apreciar, disfrutar, gozar, conocer, entender, sentir cercana y propia a la música sin temor. Nuestra experiencia nos indica, de acuerdo al lugar en que nos desenvolvernos, que seremos depositarios por un tiempo semanal, de individuos en formación que tendrán mayor o menor interés en la Educación Musical, o en cualquiera de las otras materias del currículo.
Que compartiremos distintas formas de ser, distintos hábitats, costumbres, culturas, intereses, alegrías y frustraciones que son lo que conforman cada una de las personalidades que tendrán nuestros alumnos.
Conoceremos a algunos de ellos, los veremos iguales, cambiados, más pícaros, más tímidos algunos amarán aún más la música y otros estarán aún más desinteresados en ella. A algunos ni siquiera los conoceremos y serán una incógnita, un pequeño tesoro a descubrir.
Nuestra costumbre nos dice que si ellos vienen a aprender, nosotros debemos ir a enseñar (sería la forma lógica de compensar la ecuación). Esto nos desafía, en casos nos asusta, muchas veces nos preocupa y casi siempre nos acota.
Tal vez podríamos sentir ese encuentro desde otra dimensión: aquella que nos permitiera acercarnos para sentir que nosotros también podemos aprender, que de nuestra observación y de sus actitudes, surgirán interesantes temas de aprendizaje que contribuirán también a formarnos, a crecer junto con ellos.
Muchas veces pensamos al comenzar las clases, que somos como parte de una especie de guerra anual que debemos librar contra circunstancias que pueden ser adversas (grupos desatentos, burocracia que cumplimentar, exigencias planteadas sin la provisión de recursos suficientes, situaciones sociales extremas, desinterés tanto de alumnos como de las autoridades por nuestro trabajo, etc.).
Puede ser muy útil, vivir tales situaciones pensando y sintiendo que no existe tal batalla, que lo que puede ocurrir sea compartir, descubrir, hacer y disfrutar nuevas experiencias en un campo muy lejano al de una confrontación.
No niego que enseñar requiere e implica esfuerzo, energía y una permanente actitud de dar. Pero no olvidemos tampoco, que eso termina siendo un ejemplo para los alumnos que poco a poco integrarán su esfuerzo, su energía y nos permitirá recibir aquello que ellos también puedan dar.
Tal vez aquí debamos acudir a algunas palabras que ilustren nuestra actitud como docente: escuchar, respetar, comprender.
Y a otras que reflejarán aquello que debemos alentar en ellos: crear, idear, producir, interpretar y apreciar.
Probablemente eso nos conducirá a un último grupo de vocablos que sin dudas coronará los esfuerzos de todos: descubrir, investigar, sorprenderse y disfrutar.
La rutina del diario enseñar en una Institución Educativa puede verse alterada positivamente por la conjunción de todos estos verbos, que definen actitudes y posicionamientos poco comunes.
Cuanto menos permitamos que esa rutina se instale en nuestra actividad, más felices seremos apreciando los logros que pocas veces podríamos haber imaginado.
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